viernes, 28 de abril de 2017

UN RELATO DE FE
Una vez, en un pequeño pueblo, un pastor estaba dando un recorrido por la iglesia al medio día; al pasar cerca del pulpito decidió quedarse cerca un momento para ver quién había venido a orar; en ese momento se abrió la puerta, el pastor frunció el entrecejo al ver a un anciano acercarse; venía vestido con ropa vieja, casi en harapos, sin afeitarse desde hace varios días; el hombre se arrodilló, inclinó la cabeza y unos segundos después se retiró. Durante los siguientes días el mismo hombre se presentaba al medio día con una maleta y hacía lo mismo, se arrodillaba, inclinaba la cabeza y unos segundos después, se marchaba.
El pastor, un poco temeroso empezó a sospechar que se pudiera tratar de un ladrón, por lo que un día de puso en la puerta de la iglesia y cuando el hombre se disponía a salir, le preguntó: ¿qué haces aquí?, el anciano dijo que trabajaba cerca y que tenía media hora libre para el almuerzo y que aprovechaba el momento para venir a orar, “sólo me quedo unos instantes ¿sabe?, porque la fábrica me queda un poco lejos y solo me arrodillo y digo: Señor solo vengo para contarte nuevamente cuan feliz me haces cuando me liberas de mis pecados, no sé muy bien orar pero pienso en ti todos los días, así que Jesús, este es Jaime reportándose”.
El pastor sintiéndose un tonto, le dijo a Jaime que estaba bien y que era bienvenido a la iglesia cuando él quisiera. El pastor postrándose ante el altar, sintió derretirse su corazón con el gran calor del amor y encontró a Jesús mientras lágrimas corrían por sus mejillas. En su corazón repetía la plegaria de Jaime: “Sólo vine para decirte Señor, cuan feliz fui cuando te encontré a través de mis semejantes y me libraste de mis pecados, no sé muy bien como orar pero pienso en ti todos los días, así que Jesús soy yo, reportándome”.
Cierto día el pastor notó que el viejo Jaime no había venido a la iglesia. Los días siguieron pasando sin que Jaime viniera para orar. El pastor comenzó a preocuparse así que, un día fue a la fábrica a preguntar por él; allí le dijeron que Jaime estaba muy enfermo, que pese  a que los médicos estaban preocupados por su estado, tenía posibilidades de sobrevivir.
La semana que Jaime estuvo en el hospital trajo muchos cambios, él sonreía todo el tiempo y su alegría era contagiosa. La enfermera jefe no podía entender porqué Jaime estaba tan feliz, decía que nunca había recibido ni flores ni tarjetas ni visitas. El Pastor se acercó a la cama de Jaime junto con la enfermera y esta le dijo, mientras Jaime escuchaba, “ningún amigo ha venido a visitarlo, él no tiene a donde recurrir”. Sorprendido el viejo Jaime le dijo con una sonrisa: “la enfermera está equivocada, pero ella no puede saber que todos los días, a medio día, un querido amigo mío viene, se sienta aquí en la cama, me agarra de las manos, se inclina sobre mí y me dice: solo vine para decirte Jaime cuan feliz estoy desde que encontré tu amistad y te liberé de tus pecados, siempre me gustó oír tus oraciones, pienso en ti cada día, así que Jaime, este es Jesús reportándose”.

Post data: Ahora y cada día, no podemos perder la oportunidad de decirle a nuestro Señor y Salvador: “pienso en ti cada día, así que Jesús, soy yo reportándome”.